jueves, 24 de octubre de 2013

La cita

(Tomada de Internet)

            «¡Que no me llamo Pilar, abuelo, que soy Ana, su nieta!», le decía. «Eso es lo que tú te crees, que eres su nieta. ¡Esos lunares, Pilar, esos lunares!» Sé que no se confundía, pero fue feliz viéndome como la abuela.
            Me crié en la creencia de que mi abuelo había muerto en la guerra. Todos los años, por San Juan, la abuela Pilar cambiaba el hábito de penitente por una falda estampada y una blusa blanca, metía dentro de su vieja maleta de cartón piedra una hogaza, unos embutidos y una manta y, sin decir nada, se iba de vacaciones al pueblo. Esos días el silencio flotaba en casa, mi madre aprovechaba para limpiar la plata y mi padre para pegar palillos en el interminable galeón. Al regresar, tres días más tarde, se vestía su hábito y todo volvía a la normalidad.
            Aunque mi familia era de Belchite, al estallar la guerra vivían en Madrid. Luego, mi abuela y mi madre se vinieron a Zaragoza. Al hacerme mayor descubrí que las guerras también matan paisajes y pueblos, por eso pensé que la abuela iba a visitar a sus primos hermanos a Belchite nuevo.
            Al finalizar mis estudios me independicé. Un tarde de junio de 1973, la abuela, que ya andaba pachucha, se presentó en mi casa y me contó lo de sus escapadas al pueblo. Los tres años siguientes, pasé la noche de San Juan con ella, en la puerta de las ruinas de la iglesia de San Agustín, esperando al abuelo. Antes de morirse le prometí que durante un tiempo prudencial acudiría a la cita en su lugar.


            En el solsticio de 1978, unos meses después de la amnistía, estaba yo sentada dentro del coche, a la entrada del templo, cuando vi acercarse a un anciano. Con el bastón como brújula desimantada señalaba los edificios derruidos tratando de orientarse. Un calambre recorrió mi cuerpo y me espadañó el vello. Bajé del coche, me dirigí hacia él. Al verme, tiró la garrota y empezó a gritar «¡Pilar, Pilar!». Corrió y se abrazó a mí. Me balbucía que no había cambiado nada, que seguía igual que entonces. Yo lloraba tanto que no podía hablar y sacarlo del equívoco.
            Lo llevé a mi casa. Cada vez que le aseguraba que era su nieta, me sonreía, me besaba en la frente y me acariciaba la base del cuello, «Esos lunares, Pilar, esos lunares que tantas veces he soñado».
            Una noche de finales de julio me llamó desde su habitación, «¡Pilar, Pilar, tengo mucho frío!». Cerré las ventanas, lo arropé con la manta de la abuela, me tendí a su lado y lo abracé. Se durmió.
            Debió de ser muy hermoso pasar el último mes de su vida viviendo con la imagen perenne de la persona que amó, el mismo rostro que había llevado en una fotografía en blanco y negro durante cuarenta años.
            Las del 78 fueron las mejores vacaciones de «Pilar», del abuelo y mías.

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Este relato ha sido seleccionado, junto con otros 54, para ser incluido en el libro que La Esfera Cultural editará con el título «¿Vacaciones?, si yo te contara...»

miércoles, 9 de octubre de 2013

Caso «Ménage à trois»

Fotografía de José A.Jiménez

            Siento la yema de su dedo acariciando mi seno desnudo cuando me pregunta que por qué estoy aquí. Aunque sé que es por mi odio a los monógamos, le contesto que soy inocente, como todas.
            Sonríe y me da un beso suave en los labios. Que en el pecho de mi marido estuviera clavado mi cuchillo de pelar patatas; que de la garganta de nuestra amante sobresaliera mi mazo para machacar ajos; que yacieran desnudos en mi cama matrimonial; que fuera yo quien descubriera los cadáveres y que fuera falsa mi reunión semanal, no probaban que yo los asesinara.
            Desliza el índice trazando sensuales espirales sobre mi vientre y le cuento que tenía una coartada, como todos los jueves, había pasado la tarde en la cama del motel con el inspector jefe y la jueza, sofocando nuestros deseos.
            Con dos dedos inicia un caminar por las partes interiores de mis muslos que me hacen entreabrir las piernas. Lo que nunca imaginé, le digo, es que se habían enamorado y habían decidido prescindir de mí para siempre.
            Posa la mano en mi vulva, cierro con rapidez las piernas y le pido que espere a que se incorpore la carcelera de noche.

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Con este el microrrelato he participado en la propuesta del mes de octubre (con el tema  «Cita con la muerte...», homenaje a Agatha Christie y el género suspense/policíaco) del concurso «Esta noche te cuento».

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