El
palo de roble tallado que tenía Doña Mariana para rascarse la espalda terminaba
en una pequeña mano cóncava. La artrosis le impedía hacerlo sin esa ayuda. Los
picores comenzaron hace cinco años, justo la misma tarde en la que su hija
abandonó el pueblo con una maleta de madera y una vergüenza.
Cuando
Don Sebastián se murió fue enterrado con su honor y Mercedes trajo a Pablito. Doña
Mariana ya no siente picazón, sin embargo le gusta llamar al nieto para que le
friccione la espalda, quiere sentir esa mano tierna acariciando la piel
mientras sonríe a su hija.
* * *
Este relato ha quedado finalista semanal (21/03/2015) en el concurso Wonderland de RNE.