(Buscando carbonilla, Vallecas)
En
invierno, todas las tardes el mismo dilema con las limosnas, si comprar un
chusco de pan y algo de engaño o picón para el brasero.
Por
las mañanas subo a Madrid siguiendo las recuas de mulas con carros que
llevan el pan desde Vallecas. Si tengo suerte —y no me lo quitan antes los
mayores—, un bache o tropiezo deja caer una hogaza que se rompe en mil pedazos
y guardo algunos en mis bolsillos. Otros días, si no he podido pegar ojo por el
frío, llevo un capacho para intentar recoger la carbonilla que pierde el
pequeño tren que sube a los cuarteles de Atocha.
Al
atardecer, en la puerta de la chabola, enciendo el brasero con trozos de madera
y papel. Mientras se prende el carbón, hablo con los vecinos que se acercan a buscar
mendrugos en cama de galgos. Luego, arrebujado con las faldas de la mesa
camilla, me caliento el cuerpo y me entretengo con una radio.
Sin
embargo, días como hoy que tengo tanto frío y el hambre me causa dolor tan fiero, lamento no haber muerto en el vientre de
mi madre, allí, tibio y alimentado.
* * *
Este microrrelato que sido mencionado (finalista) en la propuesta del
primer trimestre del concurso Esta noche te cuento, en el que en homenaje al quinto
centenario del nacimiento de Santa Teresa había que incluir uno de sus versos
(en negrita en el texto).