Todas
las viviendas deberían tener una morgue. Igual que disponen de cuarto de baño
en el que asearse, cocina donde transformar los productos en alimentos, comedor
para reunirse y dormitorios en los cuales descansar, tendrían que tener
habilitada una estancia en la que depositar todas las desavenencias
profesionales, familiares y personales, todos aquellos monstruos que nos
amargan la vida. Al regresar del trabajo entrar directo en ella y dejar allí
las voces del jefe, los insultos a los empleados, el cabreo con los políticos,
el aliento alcohólico, las infidelidades. Al salir de casa arrinconar los
sofocos con las facturas y las calificaciones de los hijos, los desamores, las
mentiras, las declaraciones de la renta. Un aposento que nos haría la vida más
feliz. Se lo propuse a mi familia, en plan experimental coloqué una urna en el
vestíbulo y al entrar o salir tirábamos los problemas, los disgustos, las
discusiones. Por la noche, cuando bajaba la basura, también la vaciaba. Entre
los restos aparecían la botella, el mal humor, los gritos, mis arañazos. Una
noche fueron mi marido y mis hijos los encargados de esta labor, me sorprendió
verme dentro de la urna y que no la retornaran a casa.
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Con este microrrelato he participado en el concurso Esta noche te cuento en el que en homenaje al centenario de La metamorfosis había que incluir cualquier tipo de monstruos.
AQUÍ podéis leer a los ganadores y finalistas.