(Imagen tomada de Internet)
—¿Quién se ha comido al niño Jesús!
—preguntó la madre con cara desencajada.
Su voz retumbó en las paredes de
chapa. El silencio se mostró herrumbroso. El padre miró al hijo que le devolvió
una mirada hambrienta. La pequeña agachó la cabeza al percibir que los tres
volvían el rostro hacia ella, quiso ocultar sus ojos delatores bajo la mesa de
formica pero no llegó a tiempo. Una rata se rascó los bigotes en el rincón.
—¡Oh, Dios! —gritó la madre y se
santiguó—. ¡Ahora nos privará de todo!
El hijo imaginó la habitación sin
las dos camas, sin la mesa y las cuatro sillas, sin la cocinilla en el rincón
ni el belén sobre la vieja maleta. Vio barro.
—Doña
Margarita ha dicho que mañana es Navidad y que nacería otra vez el Niño Dios
—dijo la niña con voz lluviosa—. Por eso pensé que... —y arrancó a llorar.
—¡A la cama sin cenar! —dictaminó la
madre.
El niño tosió para espantar el frío.
El
padre cogió los tres camellos, dio uno a la madre, otro al hijo y se quedó con
el de Baltasar, que le faltaba la cabeza. Todos salivaron y chuparon las
figuritas de mazapán del año pasado.
—La
mula y el buey son para comer mañana, así que ya lo sabéis —advirtió la madre—.
Y para Nochevieja Dios proveerá.
***
Relato con el que participo en el concurso de #cuentosdeNavidad de ZENDALIBROS.COM