(Fotos tomadas de Internet)
Entiéndelo
hijo, si no lo hubiese hecho yo, lo hubiese realizado otro. Fue mi manera de
sobrevivir. Cuando se llenaba la capacidad del campo, debíamos purgarlos, había
que liberar espacio para los nuevos. Los colocábamos cara a la pared, así, como
ves a esos en la barra de la cafetería, de espaldas, serios, preocupados, sin
hablarse los unos a los otros, lo mismo que allí. Si hablaban les podía costar
la vida. Lo llamaban diezmar, pero yo no siempre contaba de diez en diez, así
evitaba que ellos se pelearan por las posiciones, no quería problemas. Unos
días era cada ocho, otros cada doce. No se me olvidan las expresiones de
aquellos rostros, las que ponían cuando posaba la mano sobre el hombro del
elegido, se volvían espantados, con la cara blanca, como la que mostraba el
payaso listo asombrado de la idiotez del tonto, ¿te acuerdas? Ese era uno de
mis trabajos, alguien tenía que hacerlo, y me proporcionaba la seguridad de que
ninguna mano se posara en mi hombro. Los fusilamientos casi siempre corrían a
cargo de los soldados. Yo tengo la conciencia tranquila, ¿sabes?, salvaba a
nueve de cada diez. Además, gracias a eso, tú vives.