viernes, 2 de febrero de 2018

Cabo de vara

(Fotos tomadas de Internet)

          Entiéndelo hijo, si no lo hubiese hecho yo, lo hubiese realizado otro. Fue mi manera de sobrevivir. Cuando se llenaba la capacidad del campo, debíamos purgarlos, había que liberar espacio para los nuevos. Los colocábamos cara a la pared, así, como ves a esos en la barra de la cafetería, de espaldas, serios, preocupados, sin hablarse los unos a los otros, lo mismo que allí. Si hablaban les podía costar la vida. Lo llamaban diezmar, pero yo no siempre contaba de diez en diez, así evitaba que ellos se pelearan por las posiciones, no quería problemas. Unos días era cada ocho, otros cada doce. No se me olvidan las expresiones de aquellos rostros, las que ponían cuando posaba la mano sobre el hombro del elegido, se volvían espantados, con la cara blanca, como la que mostraba el payaso listo asombrado de la idiotez del tonto, ¿te acuerdas? Ese era uno de mis trabajos, alguien tenía que hacerlo, y me proporcionaba la seguridad de que ninguna mano se posara en mi hombro. Los fusilamientos casi siempre corrían a cargo de los soldados. Yo tengo la conciencia tranquila, ¿sabes?, salvaba a nueve de cada diez. Además, gracias a eso, tú vives.